viernes, 23 de septiembre de 2016




Premio Hispanoamericano de Poesía Para Niños
Palabras de agradecimiento

Hoy quisiera, si me permiten, tomar este espacio para el puro agradecimiento.  Y quisiera que las palabras encerradas en este papel se hicieran pájaro para volar hasta las personas que me acompañaron en el camino.
Y son tantas.
Las que tuvieron cuerpo de libro y me llegaron desde tiempos y lugares remotos para confirmar que hay algo de humanidad que conmueve más allá de las distancias. A cada obra, a cada recuerdo, a cada olvido.
También a la voz de mi mamá que tejió para mí un nido de poesía. Y aunque no estuvo demasiado pronto, estuvo para siempre.
A Laura Devetach por aquella tarde, por su modo de estar en el mundo, por su hermosura hecha palabra.
A María Teresa Andruetto por su convicción de trabajo empecinado sobre la letra, de cincel para buscar el resplandor perdido.
A mis compañeros de CEDILIJ por estos años de espigar entre los libros para chicos esos que acortan distancias, que con unas mismas palabras encarnan emociones que no tienen edad para entrar en el cuerpo. Y por su trabajo silencioso, anónimo y convencido de multiplicar las oportunidades. Porque me enseñaron  que no da lo mismo el modo de invitar a habitar un libro. Me enseñaron a ponerle el cuerpo a la belleza. Al convencimiento de que el arte es el camino.
A Iris Rivera y a mis compañeros poetas por la generosidad para leernos de ese modo detenido que entiende que cada gesto en la escritura es una evidencia de lo ausente, y por eso, una presencia.
A la Fundación Para las Letras Mexicanas, al Fondo de Cultura Económica de México por este espacio que abre las puertas a las culturas que impregnan nuestra lengua compartida. Y al jurado, Susana Ríos Szalay, Emilia López y Mercedes Calvo, que eligió mis poemas entre tantos. Gracias, elegir es un acto de humanidad profunda.
Un premio como éste da la oportunidad para que asomen al mundo literaturas sueltas de los “apremios” del afuera, menos esclavas a necesidades que no son las del escritor. Y me parece que es un acto político de resistencia, de defensa de la utopía de libertad, de apuesta a la creación sobre todas las cosas. Escribir envueltos en el misterio del propio deseo al que conduce la escritura. ¿Qué haríamos los que elegimos la búsqueda desde cualquier rincón del arte si no hubiera lugar para el deseo?
Finalmente agradezco al poeta Roberto Juarroz por su poesía que me invitó a seguir el juego de sus versos: Existe un alfabeto del silencio, pero no nos han enseñado a deletrearlo.  
Y tiré del hilo y salió esto que ahora les convido:
Ema salta
Hay un silencio en el silencio
que guarda
la música del mundo.
Murmullos de mar
en el fondo oscuro
de las caracolas
—y en lo profundo—
sinfonía de peces
aguavivas
sombras de gaviota.

En la noche hay grillos,
una luna que a su modo canta.

Hay en el silencio un silencio
que guarda
la música del mundo:
la siesta borda 
el camino a las amapolas
y las libélulas.

Ema se desliza
y salta
del silencio
al mundo que flota
detrás
de las palabras.

Escribí  estos poemas con el corazón puesto en mis propias búsquedas, de ánimo muy terrenal y sereno. Poemas que brotaron de la contemplación y lo que revela:
Ema y los pájaros
El sol hundió las manos
en la tierra
cavó hasta el fondo
y dejó
una semilla minúscula
negra
como la oscuridad más oscura
como clave de sol
o una duda.
La semilla brotó
fue mirlo
y voló.
A veces bajo el árbol
un signo de pregunta
picotea lombrices
y canta al cielo
(mirlo es eso,
pozo profundo
música del sol
una luz).
Ahora vuelvo al silencio que es el lugar adonde nacen todas las palabras. Pero quisiera que mi agradecimiento se fuera con ustedes,  con cada lector que acompaño y no conozco (pero nos conocemos tanto) y que en ese lugar secreto y precioso pudiéramos encontrarnos:
Ema regresa al silencio en el silencio
que guarda
la música del mundo:
en una tetera,
en los bolsillos,
en el corazón oscuro de una naranja.
Ema trae entre las manos
semillas nuevas
para que broten nuevas las palabras.

Muchas, muchas gracias.










domingo, 28 de agosto de 2016

Intervención en la Jornada CEDILIJ 2016
Ojo ilustrado
La lectura en el centro de la imagen


¿Algo te mira en lo que ves?

Hoy vengo a hablar un poco de atrevida y otro poco porque el modo extranjera me gusta. Sobre todo cuando se trata de mirar. Me parece que uno mira diferente cuando anda por lugares que son ajenos y producen extrañeza.  Como cuando se viaja a un país lejano o a un lugar que no es el barrio propio. Pero especialmente porque uno es extranjero en relación a otros. No es posible pensar la extranjeridad  desligada de otros,  dice Julia Kristeva en su libro Extranjeros a nosotros mismos.
Y este punto de vista me permite hacer foco sobre algo que me interesa, me voy a correr de pensar lo que se mira (el objeto, la imagen) para proponerles detenernos un momento en los que miran (los lectores) con la ilusión de buscar algunas pistas sobre cómo hacer de mediadores, cómo auspiciar encuentros interesantes entre personas diferentes (en edad, sexo, historias) y sus experiencias con imágenes.
Y como soy extranjera en el planeta de la ilustración lo primero que tengo son preguntas.
¿Qué es primero el huevo o la gallina?/
¿Qué es primero el ojo o la mirada?
Porque a simple vista parece que con los ojos bien puestos cualquiera mira, ¿cualquiera mira?, ¿alcanza con los ojos en perfecto funcionamiento para mirar?
Porque si hay ojo, ¿eso asegura que haya mirada? Digo, si hay un órgano sano que permite la visión, ¿se supone que hay una persona que mira? porque no es lo mismo ver que mirar, ¿no?, ¿todos miramos lo mismo en lo que vemos?
¿Tiene que haber visión para mirar?
¿O para que el ojo construya una visión antes tiene que haber antes una mirada? 
Me atrevo a formular una hipótesis de extranjera:
Quizá para que la visión  “se humanice” antes tenga que haber una mirada.
Una mirada como lo que entrama, nos hace parte de algo que ya está y de lo que participamos un poco, nunca del todo, como para dar lugar al movimiento y la pregunta.
Vuelvo dos puntos atrás en el tejido:
Decía Iris Rivera que hay una diferencia entre entender y comprender. “No es lo mismo entender que comprender. En una conversación, no es lo mismo que tu interlocutor diga “te entiendo” a que diga “te comprendo”. Entender tiene que ver con hacerse una idea, conocer, inferir, deducir, pensar. Comprender, en cambio, tiene que ver con rodear algo y acercarlo, acercárselo hasta llegar a incluirlo en uno mismo, así lo dice el diccionario. El deseo de comprender lleva entonces el impulso de abrazar. El deseo de entender lleva, en cambio, el de tomar distancia.”
¿Será que el ojo entiende y la mirada comprende?
¿Y cómo será entonces acompañar a construir una mirada?, ¿habrá que dar lugar  al misterio?, ¿a lo que puede perderse de distancia en el abrazo?
Me gusta pensarlo así, dejar lugar para sentir lo que hay de propio en la experiencia de la mirada y lo que se comparte con otro, incluso con lo que se mira. Y más me gusta imaginar que en este movimiento de acercamiento-alejamiento con lo que se mira hay un gesto de encuentro que no es fusión total porque participa de un enigma. Todo abrazo es posible porque hay dos diferentes. Y esa diferencia (que podríamos llamar amor y al amor podríamos llamarlo captura de uno por otro) es lo que lo causa.
¿Lo que se captura de una imagen es lo mismo para todos?
¿Las imágenes tienen el poder de causar deseo de mirar?, ¿hay algo de deseo propio en la relación que se construye con las imágenes? Si es así: ¿qué causa ese deseo?
A primera vista parece que la relación con las imágenes es inmediata. Pero si lo pensamos un poco también hay algo que se demora en el tiempo. Una zona de lo que se ofrece para ver: atrapa, uno queda colgado de algo de la imagen. Capturado. Incluso podríamos pensar que uno es mirado por eso que mira. Y si uno es mirado, se siente mirado por eso, es porque algo no se termina de entender y entonces será necesario comprenderlo. Dejarse abrazar por eso. Perderse un poco en eso como un misterio que envuelve. Como un abrazo.
Y entonces los mediadores, los que acompañamos a construir mirada, podemos comprender que hace falta tiempo para entrar a la zona íntima con la imagen. Que un perderse ahí es necesario para volver y tomar distancia. Que hay un trabajo subjetivo intenso en el mirar que tiene que suceder antes de apresurar conclusiones. Que los libros de imágenes no son más fáciles, ni más rápidos de leer que los que tienen textos para descifrar. Y que un último margen de “tiempo privado”, encuentro ahondado con la imagen, parece imprescindible para que el abrazo suceda.
Y entonces vuelvo de los que miran (los lectores) a lo que se mira (el objeto imagen) porque no toda imagen cultiva del mismo modo la experiencia de mirar en lo que se ve. Algunas imágenes parecen dejar poco lugar para el atrapamiento, para el enigma, uno pasa a vuelo de pájaro: las ve pero no las mira. Y a veces no hay demasiado para mirar. Son planas. No interrogan, no lo dejan a uno colgado. En cambio otras se ofrecen con cierto misterio para la visión que pide un detenerse a mirar. Porque prometen algo más. Prometen otros placeres como estos de los que habla la poesía de Denise Levertov:

PLACERES
Me gusta descubrir
lo que no se ve
a simple vista, pero está

dentro de algo de otra naturaleza,
en reposo, escindido.
Las plumas de vidrio, ocultas

en la pulpa blanca: espinas de calamar
que arranco y dejo en el colador
cuchillada a cuchillada—

afiladas por la velocidad como para traspasar
el corazón, pero frágiles, la materia
desmintiendo el diseño. O una fruta, el mamey,

envueltos en áspera piel marrón, la carne
rosa-ámbar, y el carozo:
el carozo una gema de madera, tallado y

pulido, de color nuez, con la forma
de una castaña de Pará, pero grande,
tan grande como para llenar
la palma hambrienta de una mano.

Me gusta el tallo jugoso que crece
rodeado por la hoja más basta,
y el resplandor amarillo-manteca
de la copa estrecha donde la campanilla
se abre fría y azul en una mañana calurosa.


 http://cedilijargentina.blogspot.com.ar/