miércoles, 14 de mayo de 2014

Del hilo de la línea al hilo de la letra. O del hilo de la letra al hilo de la línea.

(Poesía de Edith Vera)
Una vez que se ha pronunciado
la palabra amapola
hay que dejar pasar algo de tiempo
para que se recompongan
el aire
y nuestro corazón.

Algo de tiempo, algo de silencio. El equilibrio entre la palabra y el silencio.
Tiempo, palabra y silencio son asuntos de la poesía.
La prosa poética pide las cualidades de lo poético. La búsqueda de ese delicado equilibrio entre tiempo, palabra y silencio.
Las palabras marcan una entrada al tiempo, y según el caso, piden o no silencio.
Ahora cada vez que pronuncio la palabra amapola  tengo que dejar pasar algo de tiempo… porque lo dice Edith Vera y porque ya nunca podré olvidarlo. Su poesía se metió dentro de mí.
¿Cómo?
Algo de su aliento se ha hecho mío y me encuentro a través de la lectura con esa misma necesidad. Soy parte de la creación de Edith Vera y su creación es parte de mí.
¿Cómo ha sucedido?
Resulta difícil explicar algo que se parece a un enamoramiento. Se parece más a comprender que a entender, diría Iris Rivera.
¿Y estos asuntos, son cosas de la literatura nada más? ¿Acaso no sucede con todo el arte? ¿De qué se ocupan los artistas?
Se ocupan de crear obra. Ellos se ocupan de la obra. El efecto de la obra sobre mí viene después.
Entonces, ¿cómo se escribe una poesía?, ¿cómo se pinta un cuadro?, ¿cómo se compone una melodía? Son preguntas difíciles de responder. Podemos arriesgar una hipótesis: todo empieza con una idea.
Pero, ¿cómo aparece una idea?, ¿cómo comienza un acto de creación?
En muchísimas ocasiones una intenta responder estas preguntas, tira del hilito a ver qué sale. Pero es apenas el rodeo de un asunto que es un poco oscuro porque participa de un misterio. Y justamente por este misterio, por esta opacidad  ES que el acto de creación tiene algo de ineludible para el creador. Por eso el arte estará entre nosotros hasta que el último ser humano viva. Eso misterioso, opaco al entendimiento emerge, y toma el timón de lo que sea. Se traduce en movimiento que deja una marca. Un matiz en la voz, un rasgo en la línea, una letra junto a la otra, que hacen un sonido, una palabra, un verso, un golpe de cincel, un mínimo gesto en el rostro, el instante en que se dispara el obturador de la máquina para sacar una, esa, única foto.
¿Qué sucede en mí para que algo íntimo, casi inasible, se haga movimiento y deje marca?  Para que yo, creador, avance sobre alguna cosa del mundo. ¿Cómo comienza la creación?
Comienza desde mí, muy dentro de mí. Pero entonces, ¿es un acto solitario? Muchas veces lo es, sí.
Pero en otras ocasiones, y aquí el misterio es todavía más enorme, la misma opacidad que da origen a algo en uno, abarca a más de uno. Así sucede con las obras colectivas. Los coreutas lanzan sus voces, cada una con matices particulares y todas juntas con un rasgo definido: el conjunto es uno también. Tiene identidad de sonido. Todas juntas las voces dejan una marca en el aire.
Un narrador empieza a contar. El cuerpo, la voz, los gestos en algún momento lo toman, siente que se enciende y justo ahí conecta de un modo particular con los que escuchan.
Algo de este misterio puede ser compartido. No es lo único en un acto de creación, después vendrán: el trabajo con la materia elegida, la técnica, un saber hacer. Sin embargo esta opacidad estará siempre latente participando hasta el último instante. Y se traspasará del mismo modo misterioso al que lee, escucha, contempla.
Cada libro tiene el trabajo de muchas personas. Y siempre hay más de un creador. En especial, en los libros destinados a la infancia que son objetos particularmente inclusivos, es deseable se abran varias coordenadas de lectura. Que provoquen al lector desde más de un flanco. Entonces participarán de su creación: el escritor, el ilustrador y el diseñador como mínimo. Claro que algunas veces un acto de creación es el pretexto para los otros. Que un texto inicial, que ha salido de vaya a saber qué fondos del escritor, es sobre lo que orbitan las creaciones de otros artistas. Así como una novela puede ser lo que motive la creación de una película. Y no está mal. Es un diálogo. Además por extensión podría postular que toda obra lleva en sí un diálogo infinito con muchísimas otras.
Sin embargo, cuando un objeto ocupa a más de un creador como acto simultáneo, o en diálogo simultáneo, la creación pide otras características. Me parece que hace falta  un acompasamiento. Un encuentro armónico de esas opacidades para luego dar lugar al saber hacer de cada quien. Si la creación emerge del espacio íntimo de un artista, si son dos, habrá dos intimidades.
No es fácil pero cuando resulta, es potente.
Encontrarse con otro no es cosa fácil. No digo estar en el mismo lugar al mismo tiempo, digo encontrarse de verdad. Compartir las palabras, el tiempo y  el silencio de la intimidad con consentimiento mutuo. Y deseo. Dejar que el otro se acerque sin sentir una intromisión. Desear que el otro se acerque.
Y cuando hablamos de la palabra poética estamos en un territorio de fragilidad extrema. Cualquier variación del trabajo con el tiempo, las palabras y el silencio pueden sentirse como intromisión. Los encuentros piden sutileza.
Ya saben que si hay dos lectores hay dos lecturas, hay dos diferentes búsquedas. No hay lecturas buenas y malas. Puede haber, claro que sí, mayor compromiso subjetivo con la lectura. También podemos hablar de lecturas enriquecidas por un recorrido denso e intenso. Pero siempre estamos en la vía de la subjetividad. Y además ahí elegimos quedarnos porque se trata de hablar de la creación. La lectura es también un acto de creación. Y toda creación supone una lectura del mundo. Y de otras obras.
Saben bien los narradores que algunos autores, en especial los poetas, son muy susceptibles a todo cambio en sus textos.  Lo dice Laura Devetach en su Construcción del camino lector:

 Los huecos, los silencios, los blancos, también son textos y por lo tanto factibles de ser leídos.
Tiene que poder leerse lo indeterminado.

Al poeta le importan muchísimo los silencios. Tal vez quisiera escuchar las palabras como estaban en la voz que las ha traído hacia él. Pero  él ha soltado esa obra y ya es de los lectores. Y toda lectura será otra. Sin embargo hay algo, esa opacidad, eso difícil de decir, que le da una armonía al texto. El punto lírico. Algo muy frágil que se puede desmoronar con facilidad.
Es un terreno en el que el encuentro pide amor y cuidado.
Doy toda esta vuelta para llegar al libro ilustrado o al álbum creación de dos. Verán hasta qué punto es una situación humana que necesita “comprensión” (de la que habló Iris ayer en el sentido que supera el entendimiento y dice de un verdadero encuentro entre dos) y este estado de compresión no es ajenos a todos ustedes que son/serán  mediadores de lectura. Es un estado que pide el mismo amor que a ustedes la situación de llegar con un libro a otro lector.
Los escritores trabajamos con imágenes y los ilustradores  trabajan con palabras. Cuando yo escribo tengo una imagen de la escena que estoy contando. Cuando un ilustrador dibuja penden palabras de los universos que traza. De manera distinta, claro. Pero hay una zona compartida. Y cuando se trata de un trabajo de creación simultánea, es deseable que esas sean zonas de encuentro. Lo que no significa necesariamente coincidencia. Se trata más bien de diálogo. Apertura. Y honestidad.
A todos nos ha pasado alguna vez ver una película después de haber leído un libro. Y sentir una reacción emocional ante esos cuerpos distintos a los que nosotros habíamos imaginado. Primero es de desacomodo porque nunca va a ser igual. Y luego es de búsqueda. Puede ser mejor, puede haber aportado espesor o puede francamente decepcionarnos. Uno puede sentirse traicionado. Y habrá que decirlo. Lo cierto es que ninguna comprensión será inmediata. Habrá que dar tiempo a que las opacidades se encuentren. Habrá que buscar cómo funcionan esos silencios en el claro de la hoja. Habrá que dejar que se deslice en nosotros el trabajo que ha hecho el ilustrador con su tiempo, su trazo y su silencio para comenzar a conversar
Apertura y honestidad.
Y también me parece que cada vez será diferente porque cada obra es distinta. Del mismo modo que yo no tengo una sola manera de vérmelas con mi escritura.
Tiempo, palabras y silencio.
La idea que tengo del trabajo con otro creador se parece un poco a  la historia de “La viejita de las cabras” de Ediciones del eclipse. El texto es mío, las ilustraciones de Dolores Pardo y el diseño de Itsvan. Y puede que este libro trate también de lo que sucede cuando dos hebras de materia distinta se unen en un mismo tejido para volar.