viernes, 2 de agosto de 2013


De la literatura y los haceres en la escuela

Hace unos pocos días tuve la fortuna de participar de una mesa de escritores cordobeses junto a María Teresa Andruetto, Lilia Lardone y Mariano Medina con la exquisita coordinación de Carolina Rossi. Hacia el final de la charla se suscitó un breve debate. Hablábamos a propósito de la literatura en la escuela. Y vino a cuento la cuestión de “trabajar” un texto. Opinábamos sobre este trabajo, planteábamos que parece deseable poner el foco en lo literario. Es decir, que aquello de tomar un texto literario para ver los sustantivos y los adjetivos no parece el mejor camino para formar lectores de literatura. Acá deben disculpar las trampas de la memoria. Es para mí imposible recordar las intervenciones con fidelidad. Permítanme  entonces plantear la idea general.
Pensábamos, conversábamos entre nosotros y con la gente, sobre estas cuestiones y tratábamos de profundizar sobre lo que significa “trabajar” el texto. Nos preguntábamos si no se corría el riesgo de caer en estas cristalizaciones de ideas por desgaste de las palabras. Si no era posible reducir el sentido de los conceptos como sucedió con aquel “placer de leer” que abordó Graciela Montes en “Una vuelta de tuerca”. Porque ¿quién sabe qué hacer con la literatura? Leerla, se me ocurre contestar en primera instancia ¿y después? ¿es posible hacer algo más? ¿sabemos nosotros mismos qué hacer con nuestras lecturas? Es un terreno que cae de lleno en la intimidad, en el devenir subjetivo de cada lector. En un  espacio de enorme fragilidad.
Entonces ¿qué enseñamos? Y es aquí donde puede sentirse como una parálisis. No puedo hacer nada más que leer.
¿No puedo hacer nada más que leer? Leer es mucho pero ¿y si esas lecturas me disparan fuera del texto literario a otros ámbitos, a otros discursos.
Todos vamos y venimos en la vida por diversos textos y discursos. Todos leemos para conmovernos y también para aprender cosas. El miedo a equivocarse puede ser paralizante. Los escritores leemos textos informativos o enciclopédicos para documentarnos. Vamos y venimos. Y como lectores sabemos bien qué buscamos en cada caso. Aunque con frecuencia uno encuentre más de lo que buscaba. Y hasta sea un misterio lo que ha encontrado ahí.
Entonces, me quedé pensando. Es posible que sea más interesante el “cómo” que el “qué”. A ver si puedo explicarme mejor. Parece tan importante encontrar respuestas sobre qué hacer con el texto literario que ocupa un primer plano  con pedidos de recetas y fórmulas. Sin embargo, cómo hago las propuestas, las invitaciones, me parece clave. En principio la indagación personal acerca de la propia relación con lo literario. De honestidad y compromiso subjetivo. Parece difícil, intangible, inasible. Pero sospecho que es lo que me va a permitir una posición. Y la posición del mediador me parece crucial. Su formación profesional, lo que va a habilitar un deslizarse por campos diversos sin perder el pie en lo literario.
Y recordé un libro que amé durante mi infancia: El sol albañil. De Ernesto Camilli. Un texto curioso, en el borde. Un poco libro de lectura, manual,
 pero en mi opinión definitivamente literario. Sus relatos desgranaban sustantivos, verbos y adjetivos como uvas de un racimo que respiraba literatura. Se olía la pasión del maestro por la lengua y sus confines. Su posición se colaba en la propuesta.
Sigo pensando en que la clave es cómo hacer para invitar a los lectores a que habiten un texto. Y el “cómo” me parece que se despliega, abarca el “qué”, lo acuna y lo contiene.
Y hace que uno anude sus recuerdos más felices al “quién”.