viernes, 8 de marzo de 2013


De lo que pasa con dos libros cuando se derraman uno dentro de otro

El grito silencioso
Kenzaburo Oe
Anagrama, 1995

María Domecq
Juan Forn
Emecé Editores, 2007


Sabemos que uno lee para encontrarse, que la literatura revela los mapas de la geografía interior de cada lector. Pero en algunas ocasiones, raras y maravillosas, un libro aparece en el momento justo y dice lo que la propia voz no puede. Y se hace cuerpo, se hace piel. Eso me pasó con El grito silencioso. Pero no fue fácil. No me entregué con docilidad a esa lectura. Porque es un libro duro. Al principio me enredé, y acusé a mi ignorancia sobre el Japón y su historia, de mi resistencia para la entrega. Y no era eso, claro. Fue entonces otro libro, María Domecq, el que hizo de puente, me devolvió a la superficie y apaciguó el ánimo para una vuelta cautelosa. Interrumpí la lectura del primero, me sumergí más aliviada en el segundo para luego retomar el anterior, esta vez, sin temor a la captura.

Con los dos libros me enfrenté a los fantasmas de una estirpe maldita.

“Y si lo que tanto me abrumaba era la fatalidad genética, para llamarla de alguna manera…” (María Domecq)

¿Y si es eso lo que abruma?
La fatalidad genética  de un linaje que arrastra la “culpa” de los antecesores y ha negado respuestas, ha guardado secretos, que se clavan como puñales en el interior de quienes ahora se enfrentan al enigma porque no pueden ya explicarse. Ni a los anteriores, ni a ellos. A menos que encuentren pistas para develarlos. En María Domecq hay respuestas que llegan a tiempo, si llegar a tiempo es eso que sucede.
Pero en El grito silencioso los secretos han ahondado la hostilidad de dos hermanos que no pueden entenderse sin juzgarse. Que arrastran la tragedia. Porque el juicio de uno sobre el otro niega la posibilidad de un signo para nombrarla. No hay forma de conjuro. Flota como las pesadas nubes de nieve sobre el pueblo de Ókubo.

“Se me ocurrió entonces que la causa de mi desazón tal vez fuera que, en el fondo, me daba cuenta de que quienes les sobreviven no pueden hacer nada por los muertos.” (El grito silencioso)

El grito silencioso no acepta lectores impacientes. No deja cabos sueltos, pero hay que rastrearlos a los largo de las páginas porque la respuesta no llega justo después de formulada la pregunta. Llega cuando uno ha olvidado esa inquietud, cuando uno ya no puede protegerse de la respuesta. Gran, gran libro.
Muy recomendables los dos.

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