Un
artista del hambre
Franz
Kafka.
Se
puede llegar a un libro, a una lectura, de muchas maneras. Una de mis favoritas
es un comentario intrigante de un buen lector. Esta vez vino de mi amiga Laura
Maccioni.
Es un cuento bello sobre un asceta
que hace de la ausencia del deseo un arte. De la supresión, una poética. Una
economía que invierte la lógica de la abundancia y el exceso hasta mostrar la
belleza exquisita del vacío:
“Un pequeño estorbo
en todo caso, un estorbo que cada vez se hacía más diminuto. Las gentes se iban
acostumbrando a la rara manía de pretender llamar la atención como ayunador en
los tiempos actuales, y adquirido este hábito, quedó ya pronunciada la
sentencia de muerte del ayunador. Podía ayunar cuanto quisiera, y así lo hacía.
Pero nada podía ya salvarle; la gente pasaba por su lado sin verle. ¿Y si
intentara explicarle a alguien el arte del ayuno? A quien no lo siente, no es
posible hacérselo comprender.”
Kafka escribió este
relato corto en 1922, pero no fue publicado hasta después de su
muerte en 1924, como el artista del hambre, como el diminuto hatajo de huesos
que exhibe el punto de fuga, el lugar del olvido y de la ausencia.
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