viernes, 4 de enero de 2013


Un artista del hambre
Franz Kafka.

Se puede llegar a un libro, a una lectura, de muchas maneras. Una de mis favoritas es un comentario intrigante de un buen lector. Esta vez vino de mi amiga Laura Maccioni.

Es un cuento bello sobre un asceta que hace de la ausencia del deseo un arte. De la supresión, una poética. Una economía que invierte la lógica de la abundancia y el exceso hasta mostrar la belleza exquisita del vacío:

“Un pequeño estorbo en todo caso, un estorbo que cada vez se hacía más diminuto. Las gentes se iban acostumbrando a la rara manía de pretender llamar la atención como ayunador en los tiempos actuales, y adquirido este hábito, quedó ya pronunciada la sentencia de muerte del ayunador. Podía ayunar cuanto quisiera, y así lo hacía. Pero nada podía ya salvarle; la gente pasaba por su lado sin verle. ¿Y si intentara explicarle a alguien el arte del ayuno? A quien no lo siente, no es posible hacérselo comprender.”

Kafka escribió este relato corto en 1922, pero  no fue publicado  hasta después de su muerte en 1924, como el artista del hambre, como el diminuto hatajo de huesos que exhibe el punto de fuga, el lugar del olvido y de la ausencia.

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